La oscuridad se expande a mí alrededor, sin formas, sin brillos, sin nada…
Vago a tientas, buscando contacto con alguien más allá de ella, una mano amiga, pero el miedo domina mi mente, que teme los monstruos de la oscuridad.
Veo dientes y garras, veo ojos rojos como fuego y caras blancas como ceniza.
Y sigo a tientas por la oscuridad, queriendo tocar a mi alrededor en busca de alguien que me ayude a salir de este pozo donde nunca entra la luz ni el calor, pero siendo incapaz de tender mi mano por miedo al ataque de ese ser que se oculta a mi vista, que tiene miles de rostros y que sé que está esperando. Sí, espera pacientemente a que yo me confíe y tienda mi mano hacia la oscuridad para apoderarse de mí y arrastrarme a lo más hondo del pozo, donde ya no hay esperanza ni salvación. Nadie vuelve de ese pozo pues se trata del miedo y la locura y la desesperación.
De modo que no extiendo mis brazos para evitar que las sombras me arrastren (¿qué sombras?, ni siquiera sombras puedo ver), pero… ¿qué evita que no avance yo hacia el fondo, sin saberlo, por mi propio pie? La oscuridad me abruma y mi mente se desvanece en ella. No sé qué es arriba ni abajo, norte, sur, este u oeste; no tengo guía ni dirección que seguir, y mi corazón siente, presiente, que me estoy equivocando, que me estoy hundiendo en el pozo y ya no tengo redención.