«Te echo de menos.»
El mensaje le sorprendió. Hacía veinte años que no sabía nada de Clara, desde la noche de fin de curso en que, llevado por su ansia juvenil, le había roto el tirante de su vestido y a cambio se había llevado un bofetón. Ella se bajó del coche, indignada, y él se marchó enfadado. Ni siquiera recordaba conservar su número, pensaba que lo había borrado tras varios meses intentando contactar con ella para disculparse sin éxito. Lo habría hecho en persona, pero esa fue la última noche que pasó en el pueblo, a la mañana siguiente se habían mudado a más de 500 km por el traslado de su padre. Hacía dos días que había regresado al pueblo por primera vez.
«¡Qué casualidad! Justo acabo de regresar al pueblo. ¿Te apetece quedar?»
La respuesta llegó en seguida, junto a una ubicación: «¿El sábado?»
El día acordado cogió el coche y se dirigió a recogerla. La dirección que le había mandado no estaba lejos.
Cuando el GPS le marcó que había llegado a su destino se extrañó. ¿Quizás la dirección estaba mal? ¿O tal vez vivía en una casa de campo? Se internó en la finca, atento a cualquier luz, pero no había nada.
Las luces del coche empezaron a parpadear y el motor se paró.
«¡Mierda! Arranca, joder.»
Aunque por mucho que lo intentase, el motor no respondía. Cabreado, bajó del coche sin saber muy bien qué hacer. En la oscuridad vio lo que parecía un pilar de piedra. Tal vez fuese un indicador. Se acercó y lo alumbró con la linterna del teléfono.
«En memoria de Clara Sanz, asesinada aquí la noche de fin de curso de 1996»
A sus espaldas, una voz le susurró:
―Has tardado mucho en volver.