Sombra
Paseaba por el puerto pensando, como siempre, en su vida. La gente lo rodeaba, los coches pasaban volando junto a él, las luces de la calle se encendían.
Como siempre, todo no era más que un conjunto de sombras y ruidos difusos, como si el lienzo sobre el que estaba pintada la ciudad se hubiese mojado y los colores y las formas estuviesen mezclados. Se sentía aislado, siempre solo, siempre triste, con la cabeza agachada, siempre hacia adelante, sin mirar nunca atrás ni a los lados porque ni en su pasado ni en su presente existía nada que valiese la pena observar o recordar.
Siempre hacia adelante, pero no porque tuviese un futuro esperanzador, sino porque no había otro camino a seguir. Sin dejar nada a su paso para demostrar que él había estado allí, sin dejar su huella en nada ni en nadie. Una sombra, nada más.
¿Por qué?
Ni él mismo lo sabía.
No; sí que lo sabía en realidad. Siempre solo por su propia elección, harto de los insultos, de los abucheos, de los corazones rotos…
Y ahora… ¿ahora qué?
Harto de la compañía, pero harto también de la soledad…
Se paró, dudando de qué hacer, de dónde ir.
Por primera vez en mucho tiempo lo que le rodeaba se enfocó. Había llegado al muelle. Por un lado y por debajo de él, el mar; por el otro lado y a su alrededor la gente sin rostro que no lo veía. Ningún futuro delante y ningún pasado detrás.
Sus huellas, su camino, borrados por el viento y el olvido.
Se acercó a la barandilla. El mar brillaba, pero al mismo tiempo estaba oscuro, triste. Tan inmenso y tan triste… Tan solo pesé a la vida que albergaba en su interior.
Tomo su decisión. Nadie se daría cuenta. Se puso de pie en la barandilla, contemplando el mar, respirando el aire, frío y salado, impregnándose de su esencia, empezando a formar parte de ella.
Su cuerpo temblaba. Lanzó un grito lleno de rabia. Un grito que lo liberaba para siempre de la tristeza y la soledad, del odio y el rencor que se agolpaban en su cabeza y en su corazón, que le devolvía parte de su propia esencia.
Y saltó.
Con los brazos abiertos y una sonrisa en sus labios.
Desapareció.
En la calle del puerto nadie paró su camino, nadie intentó detenerlo.
Al fin y al cabo solo era una sombra.
Abdala Melgen
Nusansu