Llego con un día de retraso, pero como ayer (31 de julio) fue el Día Internacional de Harry Potter y, además, este año se cumplen 20 años de la primera edición del primer libro (Harry Potter y la piedra filosofal), aprovecho para publicar esta reseña que preparé hace poco sobre Harry Potter y la Orden del Fénix, de J. K. Rowling.
No sé cuántas veces habré leído ya este libro. Solo sé que, cuando me lo regalaron, lo terminé en menos de una semana (quizás en cuatro días) a pesar de sus casi 1000 páginas y que, desde entonces, sigue siendo uno de mis favoritos de la saga (al contrario que su versión cinematográfica, que considero que es la peor adaptada).
Todos (o casi todos) conocemos ya la historia: Lord Voldemort ha regresado, pero aunque tanto Harry como Dumbledore lo han anunciado a los cuatro vientos, el Ministerio de Magia (y concretamente su primer ministro, Cornelius Fudge) se niegan a creerlo y aceptarlo. Por otro lado, Harry se siente incomprendido y abandonado por quienes le rodean. Se ha pasado todo el verano sin apenas noticias de nadie, mientras los demás (como descubre luego) se encuentran juntos en la sede de la Orden del Fénix, una entidad secreta creada para enfrentarse al Señor Tenebroso. Además, casi es expulsado de Hogwarts por invocar un patronus delante de Duddley cuando ambos son atacados por dementores, infringiendo así la ley del uso de la magia en menores. Sin embargo, la ansiada vuelta al colegio de magia tras ser absuelto no será tan alegre como esperaba: Dumbledore mantiene las distancias, tratándolo con frialdad y prácticamente con indiferencia, Hagrid no está, la nueva profesora de Defensa contra las Artes Oscuras aprovecha cualquier oportunidad para hacer de su vida un infierno y controlar hasta el más mínimo aspecto de Hogwarts, sus compañeros de clase lo consideran un loco y un mentiroso (El Profeta ha pasado todo el verano desacreditándolo) y no puede contactar con Sirius para no ponerle en riesgo a él ni a los miembros de la Orden. Y, para acabar de redondearlo, las pesadillas y el dolor de su cicatriz son ya algo habitual.
ALERTA SPOILER
Quizás el motivo por el que me gusta este libro por encima de los anteriores es porque hay mucha más introspección que acción (la cual también abunda, especialmente en los últimos capítulos, cuando Harry y sus amigos asaltan el Ministerio al rescate de Sirius). La trama se centra mucho en cómo se siente Harry, en sus dudas, su frustración, su impotencia y su rabia. También, por qué no, en su orgullo, su cabezonería y su estupidez.
Este volumen, el más extenso de la saga, marca también una gran diferencia que se inició ya con el final de El cáliz de fuego: la saga va abandonando esos tintes infantiles-juveniles para tornarse poco a poco más oscura y adulta. Se ve el proceso de maduración de los personajes y los finales dejan un sabor agridulce en la boca y en el recuerdo.
Las cosas dejan de ser blancas o negras, pues ni quienes se espera que sean buenos son tan buenos (Dumbledore, aunque con buenas intenciones, falla estrepitosamente al alejar a Harry de él; James, el padre bondadoso y heroico que Harry tiene en un pedestal, era en su juventud un gamberro y un pretencioso al que le gustaba hacerse ver y torturar a Snape solo porque él y Sirius se aburrían; Sirius, tan magnánimo y en contra de cualquier abuso de poder o desigualdad, menosprecia e ignora a Kreacher solo porque le recuerda a su familia…), ni quienes se muestran como malos al final lo son tanto (Snape sigue siendo odioso y parece jugar a dos bandas, pero se apuntan ya maneras de lo que sucederá al final de Las reliquias de la muerte; Petunia, que maltrata y ningunea constantemente a Harry, resulta ser, en realidad, la persona clave que ha garantizado su protección durante todos estos años…). Incluso el propio Harry deja de ser un héroe brillante y pasa a ser víctima de sus propios prejuicios, su orgullo, sus errores y su estupidez (jamás podré dejar de pensar que Sirius no habría muerto si Harry no hubiese sido tan estúpido y se hubiese acordado de usar el espejo comunicador que su padrino le regaló en vez de irse a la brava a «hacerse el héroe»). Todo mucho más humano.
El otro elemento que hace que este libro me parezca uno de los más importantes es el que en la película eliminaron prácticamente por completo, haciendo que el film sea totalmente prescindible para comprender la historia y el porqué de casi todo: la profecía.
Este último capítulo (5-10 minutos más de película, quizás), te permite entender por qué un gran mago oscuro quiso eliminar a un bebé y, sobre todo, por qué no pudo. En la película se limitan a decir lo que ya sabemos: nacerá un niño con el poder de derrotar al señor tenebroso y ninguno de los dos podrá vivir mientras lo haga el otro. Pero la profecía va más allá: el niño será hijo de alguien que se enfrentó tres veces a Voldemort y no murió, nacerá en julio y el señor tenebroso lo marcará como a su igual. Con todas estas premisas, hay dos niños que cumplen los requisitos: Harry Potter, obviamente, y… Neville Longbottom. Es decir, Harry es «el elegido» solo porque el mismo Voldemort lo eligió. Porque decidió que el hijo de los Potter (un mestizo como él) podría ser más peligroso que el de los Longbottom (de sangre pura) y decidió sacarlo de en medio antes de que pudiese ser un peligro real sin saber que, haciendo esto, haría que la profecía se cumpliese. Podría haber elegido a Neville. O podría no haber hecho nada, con lo que probablemente ninguno de los dos niños hubiese tenido ninguna capacidad especial. He ahí la esencia del libro, esencia que en la película desapareció.
¿Qué os parece? ¿Compartís mi opinión? ¿Sois más de los libros o de las películas?
Harry Potter y la Orden del Fénix
Autora: J. K. Rowling
Editorial: Empúries
Año: 2005
Páginas: 972
ISBN: 978-84-9787-121-1
Jonathan Naharro
Nusansu
Jonathan Naharro
Nusansu