La noche lo envuelve todo, la ciudad está en calma. Sentado en la terraza, disfruta de la tranquilidad, del ruido amortiguado de los coches, del sonido de ese monstruo atronador que jamás duerme por completo, que vela el sueño de sus habitantes y vigila el insomnio de los trasnochadores.
Envuelto en la oscuridad, sólo el brillo de la colilla que sostiene entre sus dedos ilumina levemente sus facciones. Sin prestar mucha atención, de forma mecánica, la aplasta en el cenicero ya repleto y se enciende otro cigarrillo. El chasquido del mechero reverbera en la terraza silenciosa. El brillo de la llama se refleja en sus ojos, fijos en el horizonte. El humo difumina los contornos de su visión, convirtiendo, por un momento, las luces de la ciudad en fantasmas translúcidos.
Su mente viaja a mil revoluciones. Exhala el humo con suavidad, intentando calmar sus pensamientos, poner orden a sus sensaciones, a sus emociones. Desvía la mirada hacia la ventana de su habitación. No puede ver nada en la oscuridad, pero no importa, sabe que ella està allí, durmiendo, en la cama, en su cama. La ha visto antes, al volver de la cena, cuando ha ido a coger su pijama: su cuerpo perfilado por las sábanas, sus cabellos esparcidos sobre el cojín, su cara medio oculta entre las sombras.
Da otra calada y cierra los ojos dejándose llevar por el susurro de los coches. Expulsa el humo y observa cómo dibuja formas en la noche. Y recuerda. Recuerda cómo le ha dicho que durmiese en su cama en lugar de poner el otro colchón, que él seguramente volvería tarde y ya se las arreglaría. Recuerda cómo ella ha bromeado diciéndole que seguro que volvería borracho y le haría un placaje como cuando eran niños y ella se quedaba a dormir en su casa. Él le ha seguido el juego: «Por supuesto, es mi cama así que voy a dormir en ella». Ella ha sonreído y ha respondido que no le importaría. ¿Era sólo una broma inocente? ¿O había querido decir algo más? Le pareció ver algo distinto en su mirada cuando lo dijo. Se conocen desde niños y siempre han sido como hermanos, muchas veces incluso bromean con eso. Pero desde hace un tiempo… siente algo extraño cuando la ve. Y cree que ella también, pero no se atreve a preguntar.
El cigarro ya casi se ha consumido entre su dedos. Algo vibra en su bolsillo. Saca el móvil y lee el mensaje que aparece en la pantalla:
«Amor, ¿sigues despierto? ¿Qué tal ha ido la noche con tus amigos? ¿Qué tal está Laura? Espero que no la hagas dormir en ese colchón cochambroso que usas para los invitados. Yo ahora vuelvo de la cena con mis amigas. Te hecho de menos. Te quiero.»
Claudia. La otra incógnita de la ecuación. Su relación se ha estancado y ya no tiene claro qué siente por ella. Guarda el teléfono sin responder y le da otra calada al cigarro, pero está apagado. Suspira, lo deja en el cenicero y mira el reloj. Las cinco de la madrugada. ¿Qué debe hacer? ¿Ir a su habitación y meterse en la cama con ella? ¿Dormir en el sofá del salón? Le pregunta a la ciudad, pero esta no responde, sumida en su duermevela.
Se enciende otro cigarro y deja correr el tiempo, buscando la tranquilidad, imbuyéndose de la serenidad del ambiente, vaciando su mente de pensamientos y tribulaciones, con la mirada perdida en el horizonte.
Cuando el cigarrillo no es más que una mísera colilla la aplasta junto a las otras y entra en el piso sin encender la luz.
Fuera, la oscuridad ya no es tan densa y el inmenso monstruo latente que es la ciudad empieza a desperezarse y sacudirse las sombras de la noche, preparado para recibir un nuevo día.

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