Quieto.
Todo queda suspendido alrededor.
Un reloj que no para, que marca constante y acelerado el ritmo de un tiempo que no avanza, que se mantiene imperturbable. Las agujas se congelan, se atascan, se detienen. El tiempo se retuerce, se transpone, se trastoca. Y permanece inmutable, gris, denso, pesado. Solo el sonido marca su existencia, sonido que no es tictac medido y cuantificado, que progresa y se desarrolla, sino ruido acelerado de un mecanismo roto y agotado que se niega a aceptar la derrota, pero se ve incapaz de sobreponerse a su propio inmovilismo, a la apatía de las agujas que se niegan a avanzar.
Y permanece en la quietud, deseoso de la progresión que su centro no tiene fuerzas para alcanzar.