Agazapado, acechando en la oscuridad. Era la hora de cazar y su presa se hallaba frente a él.
El vampiro olfateó el rastro y sonrió temblando de deseo y lujuria. Sentía como se iba despertando la bestia, sus instintos más animales y poderosos.
Esta vez no se le escaparía. Esta vez por fin sería suya y él se alimentaría de la sangre que fluiría dulce y caliente de su interior. Ya casi podía sentir la palpitación de sus venas bajo sus labios, la suavidad de su piel rasgándose bajo sus colmillos.
Andando entre las sombras la vigilaba. Era joven y hermosa, llena de vida. La brisa suave le traía un excitante aroma a jazmín mezclado con el aún más excitante aroma de la juventud que solo los de su clase sabían percibir.
Cada vez estaba más cerca, podía percibir la inquietud de la joven, que sentía su presencia pero no podía verlo.
Le faltaba poco, se encontraban a un metro escaso de distancia, podía oler su miedo como tantas otras noches lo había olido en ese mismo lugar, cuando también la seguía, cuando también la tenía tan cerca que casi podía tocarla solo con alargar la mano. Era suya, solo tenía que saltar y ella no podría resistirse a su fuerza ni a su poder.
El vampiro se inclinó un poco para coger impulso y atacar. Entonces ella miró de reojo hacia atrás y él vio su rostro, sus labios rojos, su piel clara y suave, sus ojos grandes y azules, llenos de miedo, buscando a quien la estaba acechando.
El vampiro sintió que sus fuerzas se desvanecían con esa mirada. Algo extraño se apoderó de él, algo que jamás antes había sentido, algo más fuerte que la lujuria de la sangre, la rabia y el instinto de supervivencia que lo guiaban todas las noches de su inmortal vida.
No sabía qué extraño poder tenía esa muchacha que lo doblegaba y le impedía obrar según le dictaba su naturaleza, que lograba amansar su bestia interior con solo una mirada, avivando los rescoldos de una humanidad que hacía siglos que creía haber olvidado. Otra vez había fracasado al contemplar la belleza de ese rostro.
Y, sin saber porqué, la próxima noche volvería a acecharla, volvería a sentir el deseo y volvería a fracasar al ver su mirada. Como la noche anterior y la anterior a la anterior…
La muchacha, asustada, volvió la cabeza de nuevo, pero solo vislumbró el aleteo de una capa que se agitaba en la oscuridad.