Tenía una idea en la cabeza. Era una idea tonta, loca, pero no podía dejar de pensar en ella.
—Todo el mundo tiene un doble en alguna parte, lo sé —le decía a todo el mundo—. Todos tenemos un doble, alguien exactamente igual a nosotros, y algún día me gustaría encontrar al mío.
Dispuesto a cumplir su sueño, llevaba a cabo muchos viajes por todo el mundo siempre que se lo permitía su trabajo. Así, viajó por los cuatro puntos cardinales, desde la China a Brasil, desde Groenlandia hasta Zimbaue, pero no disfrutaba de la experiencia ya que sólo observaba el rostro de toda la gente con la que se cruzaba. Poco a poco, la idea se convirtió en una obsesión y pasaba más tiempo en barcos y aviones, viajando y buscando, que en la mesa de su despacho.
Un día, en el avión de vuelta a casa tras uno de sus viajes, este empezó a sacudirse en medio de una tormenta mientras él estaba encerrado en el baño. Se aferró a la pica, asustado. Si moría allí jamás podría encontrar a su doble. Una sacudida más fuerte que las anteriores lo empujó contra la pared cuando los motores fallaron y el avión empezó a caer.
Zarandeado como un muñeco, sorprendido, descubrió que no estaba solo en ese cuarto de baño. Y al fin se vieron. Allí lo tenía, frente a él, con la misma expresión de sorpresa y alegría en su rostro.
—Te estaba buscando —dijeron a la vez.
Y, cuando el avión impactó, murió riendo mientras su reflejo en el espejo reía con él.
Héctor López
Nusansu
Cronista Imaginario
Nusansu